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EL COCO: Lectura dramatizada en la Biblioteca

Lectura dramatizada en la biblioteca con motivo de Halloween:

EL COCO

NARRADOR
BILLINGS
DOCTOR
VOZ



BILLINGS:
—Recurro a usted porque quiero contarle mi historia
NARRADOR:
Dijo el hombre acostado sobre el diván del doctor Harper. El hombre era Lester Billings, de Waterbury, Connecticut. Según la ficha de la enfermera Vickers, tenía veintiocho años, trabajaba para una empresa industrial de Nueva York, estaba divorciado, y había tenido tres hijos. Todos muertos.
BILLINGS:
—No puedo recurrir a un cura porque no soy católico. No puedo recurrir a un abogado porque no he hecho nada que deba consultar con él. Lo único que hice fue matar a mis hijos. De uno en uno. Los maté a todos.
NARRADOR:
El doctor Harper puso en marcha el magnetófono.
Billings estaba duro como una estaca sobre el diván, sin darle un ápice de sí. Sus pies sobresalían, rígidos, por el extremo. Era la imagen de un hombre que se sometía a una humillación necesaria. (…)
DOCTOR:
—Quiere decir que los mató realmente, o...
BILLINGS:
—No. Pero fui el responsable. Denny en 1967. Shirl en 1971. Y Andy este año. Quiero contárselo.
NARRADOR:
El doctor Harper no dio nada. Le pareció que Billings tenía un aspecto demacrado y envejecido. Su cabello raleaba, su tez estaba pálida. Sus ojos encerraban todos los secretos miserables del whisky.
BILLINGS:
—Fueron asesinados, ¿entiende? Pero nadie lo cree. Si lo creyeran, todo se arreglaría.
DOCTOR:
—¿Por qué?
BILLINGS:
—Porque...
NARRADOR:
Billings se interrumpió y se irguió bruscamente sobre los codos, mirando hacia el otro extremo de la habitación.
BILLINGS:
—¿Qué es eso?
DOCTOR:
—¿Qué es qué?
BILLINGS:
—Esa puerta.
DOCTOR:
—El armario empotrado. Donde cuelgo mi abrigo y dejo mis zapatillas.
BILLINGS:
—Ábralo. Quiero ver lo que hay dentro.
NARRADOR:
El doctor Harper se levantó en silencio, atravesó la habitación y abrió la puerta. Dentro, una gabardina marrón colgaba de una de las cuatro o cinco perchas. Abajo había un par de zapatillas relucientes (…). Eso era todo.
DOCTOR:
—¿Conforme?
BILLINGS:
—Sí.
NARRADOR:
Billings dejó de apoyarse sobre los codos y volvió a la posición anterior.
DOCTOR:
—Decía que si se pudiera probar el asesinato de sus tres hijos, todos sus problemas se solucionarían. ¿Por qué?
BILLINGS:
—Me mandarían a la cárcel. Para toda la vida. Y en una cárcel uno puede ver lo que hay dentro de todas las habitaciones. Todas las habitaciones.
NARRADOR:
Sonrió a la nada.
DOCTOR:
—¿Cómo fueron asesinados sus hijos?
BILLINGS:
—¡No trate de arrancármelo por la fuerza!
NARRADOR:
Billings se volvió y miró a Harper con expresión perversa.
BILLINGS:
—Se lo diré, no se preocupe. No soy uno de sus chalados que se pasean por el mundo y pretenden ser Napoleón (…) Sé que no me creerá (…).
DOCTOR:
—Muy bien.
NARRADOR:
El doctor Harper extrajo su pipa.
BILLINGS:
—Me casé con Rita en 1965... Yo tenía veintiún años y ella dieciocho. Estaba embarazada. Ese hijo fue Denny (…). Rita volvió a quedar embarazada poco después del nacimiento de Denny, y Shirl vino al mundo en diciembre de 1966. Andy nació en el verano de 1969, cuando Denny ya había muerto (…).
NARRADOR:
Harper emitió un gruñido neutro.
DOCTOR:
—¿Quién mató a los niños?
BILLINGS:
—El coco.
NARRADOR:
Respondió inmediatamente Lester Billings.
BILLINGS:
—El coco los mató a todos. Sencillamente, salió del armario y los mató.
NARRADOR:
Se volvió y sonrió.
BILLINGS:
—Claro, usted cree que estoy loco. Lo leo en su cara. Pero no me importa. Lo único que deseo es desahogarme e irme.
DOCTOR:
—Le escucho.
BILLINGS:
—Todo comenzó cuando Denny tenía casi dos años y Shirl era apenas un bebé (…). Verá, teníamos un apartamento de dos dormitorios. Shirl dormía en una cuna, en nuestra habitación [y Denny en la otra]. Al principio pensé que Denny lloraba porque ya no podía llevarse el biberón a la cama. (…)
>> (…) Entonces Rita dijo que repetía a cada rato "luz, luz". Bueno, no sé. ¿Quién entiende lo que dicen los niños tan pequeños? Sólo las madres lo saben.
>>Rita quiso instalarle una lámpara de noche. Uno de esos artefactos que se adosan a la pared con la figura del Ratón Mikey o de lo que sea. No se lo permití. Si un niño no le pierde el miedo a la oscuridad cuando es pequeño, nunca se acostumbrará a ella.
>>De todos modos, murió el verano que siguió al nacimiento de Shirl. Esa noche lo metí en la cama y empezó a llorar en seguida. Esta vez entendí lo que decía. Señaló directamente el armario cuando lo dijo. "El coco –gritó—. El coco, papá."
>>Apagué la luz y salí de la habitación y le pregunté a Rita por qué le había enseñado esa palabra al niño. Juró que nunca se la había enseñado. La acusé de ser una condenada embustera.
(…)
>>Bien, el niño me despertó a las tres de la mañana, puntualmente. Fui al baño, medio dormido, sabe, y Rita me preguntó si había ido a ver a Denny. Le contesté que lo hiciera ella y volví a acostarme. Estaba casi dormido cuando Rita empezó a gritar.
>>Me levanté y entré en la habitación. El crío estaba acostado boca arriba, muerto. Blanco como la harina excepto donde la sangre se había..., se había acumulado, por efecto de la gravedad. La parte posterior de las piernas, la cabeza, las... eh... las nalgas. Tenía los ojos abiertos. Eso era lo peor, sabe. Muy dilatados y vidriosos, como los de las cabezas de alce que algunos tipos cuelgan sobre la repisa. Muerto boca arriba. Con pañales y pantaloncitos de goma porque durante las últimas dos semanas había vuelto a orinarse encima (…).
NARRADOR:
Billings meneó la cabeza lentamente y después volvió a ostentar la misma sonrisa gomosa, grotesca.
BILLINGS:
—Rita chillaba hasta desgañitarse. Trató de alzar a Denny y mecerlo, pero no se lo permití. A la poli no le gusta que uno toque las evidencias. Lo sé...
DOCTOR:
—¿Supo entonces que había sido el coco?
NARRADOR:
Preguntó Harper apaciblemente.
BILLINGS:
—Oh, no. Entonces no. Pero vi algo. En ese momento no le di importancia, pero mi mente lo archivó.
DOCTOR:
—¿Qué fue?
BILLINGS:
—La puerta del armario estaba abierta. No mucho. Apenas una rendija. Pero verá, yo sabía que la había dejado cerrada. (…)
DOCTOR:
—Sí. ¿Qué sucedió después?
NARRADOR:
Billings se encogió de hombros.
BILLINGS:
—Lo enterramos.
NARRADOR:
Miró con morbosidad sus manos, que habían arrojado tierra sobre tres pequeños ataúdes.
DOCTOR:
—¿Hubo una investigación?
BILLINGS:
—Claro que sí. (…) Vino un jodido matasanos con un estetoscopio y un maletín negro lleno de chicles y una zamarra robada de alguna escuela veterinaria. ¡Colapso en la cuna, fue el diagnóstico! ¿Ha oído alguna vez semejante disparate? ¡El crío tenía tres años! (…) Un mes después del funeral instalamos a Shirl en la antigua habitación de Denny. Rita se resistió con uñas y dientes, pero yo dije la última palabra (…). No hay que sobreproteger a los niños (…).
>>Así transcurrió un año. Y una noche, cuando estoy metiendo a Shirl en su cuna, empieza a aullar y chillar y llorar. "¡El coco, papá, el coco!"
>>Eso me sobresaltó. Decía lo mismo que Denny. Y empecé a recordar la puerta del armario, apenas entreabierta cuando lo encontramos. Quise llevarla por esa noche a nuestra habitación.
DOCTOR:
—¿Y la llevó?
BILLINGS:
—No.
NARRADOR:
Billings se miró las manos y las facciones se convulsionaron.
BILLINGS:
—¿Cómo podía confesarle a Rita que me había equivocado? Tenía que ser fuerte.
NARRADOR:
Parecía haber perdido el hilo de sus pensamientos, y sus ojos se desviaron, inquietos, hacia la puerta del armario, que estaba herméticamente cerrada.
DOCTOR:
—¿Prefiere que la abra?
NARRADOR:
Preguntó Harper.
BILLINGS:
—¡No!

NARRADOR:
Se apresuró a exclamar Billings. Lanzó una risita nerviosa.
BILLINGS:
—¿Qué interés podría tener en ver sus zapatillas?
NARRADOR:
Y después de una pausa, dijo:
BILLINGS:
—El coco la mató también a ella.
NARRADOR:
Se frotó la frente, como si fuera ordenando sus recuerdos.
BILLINGS:
—Un mes más tarde (…). Una noche oí un ruido ahí dentro. Y después Shirl gritó. Abrí muy rápidamente la puerta... la luz del pasillo estaba encendida... y... ella estaba sentada en la cuna, llorando, y... algo se movió. En las sombras, junto al armario. Algo se deslizó.
DOCTOR:
—¿La puerta del armario estaba abierta?
BILLINGS:
—Un poco. Sólo una rendija. Shirl hablaba a gritos del coco. Y dijo algo más que sonó como <>. (…) Rita vino corriendo y preguntó qué sucedía. Le contesté que la habían asustado las sombras de las ramas que se movían en el techo.
(…)
DOCTOR:
—¿Miró dentro del armario?
BILLINGS:
—S-sí.
NARRADOR:
Las manos de Billings estaban fuertemente entrelazadas sobre su pecho, tan fuertemente que se veía una luna blanca en cada nudillo.
DOCTOR:
—¿Había algo dentro? ¿Vio al...?
BILLINGS:
—¡No vi nada!
NARRADOR:
Chilló Billings de súbito. Y las palabras brotaron atropelladamente, como si hubieran arrancado un corcho negro del fondo de su alma.
BILLINGS:
—Cuando murió la encontré yo, verá. Y estaba negra. Completamente negra. Se había tragado la lengua y me miraba fijamente. Sus ojos parecían los de un animal embalsamado: muy brillantes y espantosos, como canicas vivas, como si estuvieran diciendo <>.
NARRADOR:
Su voz se apagó gradualmente. Un solo lagrimón silencioso se deslizó por su mejilla (…). El doctor Harper consultó su reloj digital embutido en su mesa. Lester Billings estaba hablando desde hacía casi media hora.
DOCTOR:
—Cuando su esposa volvió a casa, ¿cuál fue su actitud respecto a usted?
BILLINGS:
—Durante los primeros cuatro o cinco meses que siguieron a la desgracia estuvo bastante mustia..., arrastraba los pies por la casa, no cantaba, no veía la TV, no reía. Yo sabía que se sobrepondría y… quiso otro bebé.
NARRADOR:
Agregó, con tono lúgubre.
BILLINGS:
—Le dije que era una mala idea. Le dije que era hora de que nos conformáramos y empezáramos a disfrutar el uno del otro (…).
DOCTOR:
—¿El bebé nació al finalizar el año que siguió a la muerte de Shirl?

BILLINGS:
—Exactamente. Un varón. Le llamó Andrew Lester Billings. Yo no quise tener nada que ver con él, por lo menos al principio (…).
>>Sin embargo terminé por cobrarle cariño, sabe. Para empezar, era el único de la camada que se parecía a mí (…).
>>(…) cuando cumplió un año nos mudamos a Waterbury. La vieja casa tenía demasiados malos recuerdos.
>>Y demasiados armarios.
 (…)
>>[Pero] el año pasado (…). Algo cambió en la casa. Empecé a dejar los zapatillas en el vestíbulo porque ya no me gustaba abrir la puerta del armario. Pensaba constantemente: ¿Y qué harás si está ahí dentro, agazapado y listo para abalanzarse apenas abras la puerta? Y empecé a imaginar que oía ruidos extraños, como si algo negro y verde y húmedo se estuviera moviendo apenas, ahí dentro.
(…)
NARRADOR:
Billings permaneció un largo rato callado. En el reloj digital pasaron dos minutos. Por fin dijo bruscamente:
BILLINGS:
—Andy murió en febrero. Rita no estaba en casa (…). Su madre había sufrido un accidente de coche un día después de Año Nuevo (…).
>>(…) Yo tenía una niñera excelente que estaba con Andy durante el día. Pero por la noche nos quedábamos solos. Y las puertas de los armarios porfiaban en abrirse.
NARRADOR:
Billings se humedeció los labios.
BILLINGS:
—El niño dormía en la misma habitación que yo. [pero](…), cuando cumplió dos años, Rita me preguntó si quería instalarlo en otro dormitorio. (…)
Y no quería mudarlo. Tenía miedo, después de lo que les había pasado a Denny y a Shirl.
DOCTOR:
—¿Pero lo mudó, verdad?
BILLINGS:
—Sí
NARRADOR:
Respondió Billings. En sus facciones apareció una sonrisa enfermiza y amarilla.
BILLINGS:
—Lo mudé.
NARRADOR:
Otra pausa. Billings hizo un esfuerzo por proseguir.
BILLINGS:
—¡Tuve que hacerlo! ¡Tuve que hacerlo! Todo había andado bien mientras Rita estaba en la casa, pero cuando ella se fue, eso empezó a envalentonarse. Empezó a...
NARRADOR:
Giró los ojos hacia Harper y mostró los dientes con una sonrisa feroz.
BILLINGS:
—Oh, no me creerá. Sé qué es lo que piensa. No soy más que otro loco de su fichero. Lo sé. Pero usted no estaba allí, maldito fisgón.
>>Una noche todas las puertas de la casa se abrieron de par en par. Una mañana, al levantarme, encontré un rastro de cieno e inmundicia en el vestíbulo, entre el armario de los abrigos y la puerta principal. ¿Eso salía? ¿O entraba? ¡No lo sé! ¡Juro ante Dios que no lo sé! Los discos aparecían totalmente rayados y cubiertos de limo, los espejos se rompían... y los ruidos... los ruidos...
NARRADOR:
Se pasó la mano por el cabello.
BILLINGS:
—Me despertaba a las tres de la mañana y miraba la oscuridad y al principio me decía: <> Pero por debajo del tic-tac oía que algo se movía sigilosamente. Pero no con demasiado sigilo, porque quería que yo lo oyera. Era un deslizamiento pegajoso, como el de algo salido del fregadero de la cocina. O un chasquido seco, como el de garras que se arrastraran suavemente sobre la baranda de la escalera. Y cerraba los ojos, pensando que si oírlo era espantoso, verlo sería...
(…)
NARRADOR:
Billings estaba pálido y tembloroso.
BILLINGS:
—(…) lo mudé. Verá, sabía que primero iría a buscarle a él. Porque era más débil. Y así fue. La primera vez chilló en mitad de la noche y finalmente, cuando reuní los cojones suficientes para entrar, lo encontré de pie en la cama y gritando: <>
NARRADOR:
La voz de Billings sonaba atiplada, como la de un niño. Sus ojos parecían llenar toda su cara. Casi dio la impresión de haberse encogido en el diván.
BILLINGS:
—Pero no pude.
NARRADOR:
El tono infantil perduró.
BILLINGS:
—No pude. Y una hora más tarde oí un alarido. Un alarido sobrecogedor, gorgoteante. Y me di cuenta de que le amaba mucho porque entré corriendo, sin siquiera encender la luz. Corrí, corrí, corrí, oh, Jesús María y José, le había atrapado. Le sacudía, le sacudía como un perro sacude un trapo y vi algo con unos repulsivos hombros encorvados y una cabeza de espantapájaros y sentí un olor parecido al que despide un ratón muerto en una botella de gaseosa y oí...
NARRADOR:
Su voz se apagó y después recobró el timbre de adulto.
BILLINGS:
Oí cómo se quebraba el cuello de Andy.
NARRADOR:
La voz de Billings sonó fría y muerta.
BILLINGS:
—Fue un ruido semejante al del hielo que se quiebra cuando uno patina sobre un estanque en invierno.
DOCTOR:
—¿Qué sucedió después?
BILLINGS:
Oh, eché a correr (…). Ya amanecía. Llamé a la policía aun antes de subir al primer piso. Estaba tumbado en el suelo mirándome. Acusándome (…).
NARRADOR:
Harper miró el reloj digital. Habían pasado cincuenta minutos.
DOCTOR:
—Pídale una hora a la enfermera. ¿Los martes y jueves? Señor billings, tenemos que conversar mucho (…). Pídale hora a la enfermera (…). Adiós.
NARRADOR:
Billings soltó una risa hueca y salió rápidamente de la consulta, sin mirar atrás.
La silla de la enfermera estaba vacía. Sobre el secante del escritorio había un cartelito que decía <>.
Billings se volvió y entró nuevamente en la consulta.
BILLINGS:
—Doctor, su enfermera ha...
NARRADOR:
Pero la puerta del armario estaba abierta. Sólo una pequeña rendija.
VOZ:
—Qué lindo
NARRADOR:
Dijo la voz desde el interior del armario.
VOZ:
—Qué lindo.
NARRADOR:
Las palabras sonaron como si hubieran sido articuladas por una boca llena de algas descompuestas.
Billings se quedó paralizado donde estaba mientras la puerta del armario se abría. Tuvo una vaga sensación de tibieza en el bajo vientre cuando se orinó encima.
VOZ:
—Qué lindo.



NARRADOR:
Dijo el coco mientras salía arrastrando los pies.
Aún sostenía su máscara del doctor Harper en una mano podrida, de garras espatuladas.



KING, Stephen, El umbral de la noche, Madrid: Debolsillo, 2016
Adaptación de Jesús I. Mateo.
Lectura a cargo de Jesús M., Cristina B. y Lorena M., del Departamento de lengua.
¡Gracias!




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